Vivir tras la sombra de la espera inmersa en un mundo inquieto y cambiante, a veces tan monótono, pero a fin de cuentas el universo unísono de existenciales vidas, entrelazadas a cadenas disfrazadas con trajes de libertad.
Un niño, el perro, el cartero, la anciana que camina lento, la paloma que pasa rauda sobre nuestro cabello, el claxon incordiante del auto, la música que se deja escuchar desde aquella ventana.
Un olor fuerte emana y se percibe en parte de la calle, y entre ollas, sudorosa una madre cocina para la familia que hambrienta y nerviosa clama desde la mesa.
En una esquina…, el desaliñado hombre con su mirada perdida, juguetea con sus dedos en movimiento uniforme, lo llaman “El Marques” porque cuenta historias confusas donde se describe como aquel Gran Aristócrata que fue en otra vida, tal vez se quedó contando monedas y de ahí ese gesto irreflexivo.
De La fuente de la Plaza golpeando en la piedra los surtidores gastados por el tiempo y oxidados no dejan de sonar y los niños revolotean jugando con gritos alocados introduciendo sus manos en el agua y chapoteando fuerte sin parar.
A lo lejos entre sombras medio se vislumbran las siluetas enamoradas de dos jóvenes adolescentes inmersos en su mundo de sensaciones y emociones impulsivas, sintiendo en la piel tierna el roce enervante del deseo pubertal.
Y tras las puertas cerradas de algunos hogares, descansan silenciosas las tragedias personales envueltas entre lágrimas secas, vacías de llantos eternos hasta el fin de sus días.
Pero si caminamos un poco mas adelante, cruzamos la calle y avanzamos unas cuantas manzanas hacia la derecha, de pronto nos sorprende la luminosidad de otro ambiente, tan solo a unos metros del anterior descrito.
Grandes jardines, farolas forjadas en hierro brillante, no hay niños en la calle, ni mendigos que recuerdan sus vivencias, no se percibe el olor a comida casera, las mesas suntuosas con grandes manjares y los sirvientes engalanados esperando a que los comensales tomen su lugar especifico. Pero… no hay reclamos en el tiempo, ni palabras en el aire tan solo la mueca fría y el chasquito de los dedos para que se sirva el segundo plato.
En las aceras blancas con sus espacios delimitados y separados por rejas que defienden su privacidad, unos coches de último modelo silentes y enmudecidos sin una mota de polvo.
La Plaza Central, rodeada por los blancos y enormes caserones, el agua transparente fluye casi sin sonido, no golpea la roca sino el mármol desde la estatua perfectamente tallada de aquel escultor reconocido.
No hay mendigos en la calle, pero si de vez en cuando se puede observar al mayordomo engullido en su vestimenta clásica, erguido y silencioso representando su papel con gestos maquinales y protocolarios acompañando al Sr. hasta su limusina blanca, tras abrirle la puerta doblega su espalda en un gesto de servidumbre y la cierra suavemente con cuidado. Tal vez no sea “EL Marques” de unos metros atrás, pero sus manos cubiertas por guantes blancos nos hacen pensar en la diferencia entre el que parecía contar monedas y él, ninguna diría yo, los dos tienen ademanes automáticos aunque cada cual vivencias distintas, pero uno sirve al Marques, el otro tal vez lo fue.
Y si esta vez volvemos a traspasar las magnánimas puertas de las mansiones…, nos sorprenderemos al comprobar que también se esconden tras ellas, tragedias personales, solo que envueltas en sabanas de seda, habitáculos extensos, ornamentos de oro y plata para intentar despistar y enmudecer esas lágrimas secas, vacías e inútiles, que no son exclusivas tan solo de lugares sobrios y pobres.
Aunque existe una pequeña diferencia, los que creyeron que al rodearse de riquezas y adornos valiosos podrían así eludir las soledades interiores, tal vez no tienen la tibieza de un hogar donde no hay nada material que compartir, pero si las soledades y penares con el abrazo cariñoso y la mirada cómplice que no tiene precio, que no se compra ni se vende, pero se regala entre las risas de los niños, el golpear del agua en la fuente oxidada, el plato de comida compartido y las historias del mendigo.
Vivir tras la sombra de la espera nos hace abrir la ventana y observar como fluye en cada espacio y lugar, de frente o tras las puertas cerradas la ineludible existencia de miles de vidas y tristezas disfrazadas.
Dama Enigmática
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